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Personajes

Esta guardia nazi estuvo en al menos tres campos de concentración, donde sembró atrocidades. En esta nota te contamos su historia.

A María Mandel no le gustaban los cuchicheos, ni que las prisioneras la miraran directamente a los ojos, ni por supuesto, que contradijesen sus órdenes y menos aún que dejasen de trabajar por cansancio. Nadie debía llevarle la contra porque el castigo podía acabar con su vida. Esta guardiana, era un ser atroz, repugnante y depravado. Tal fue su maquiavélica presencia en los campos de concentración de Ravensbrück, Auschwitz-Birkenau y Dachau, que llegó a jugar un papel estelar dentro del Holocausto.

 

Se ganó el respeto de sus camaradas y el miedo de sus inferiores. Aquella Bestia, como llegaron a apodarla, vio crecer en sus manos el poder y el sadismo que utilizó contra sus “mascotas judías”. Así denominaba a los presos que tenía a su cargo. De este modo, algunos sobrevivientes que declararon contra ella en el primer juicio de Auschwitz celebrado en Cracovia a finales de 1947, alegaron que Mandel era la personificación del Mal. El demonio en carne y hueso.

María Mandel provenía de un pequeño pueblito austríaco, Münzkirchen, un lugar casi idílico entre verdes parajes, donde nació en 1912 en el seno de una familia modesta.

Su padre, zapatero remendón y su madre con negocios de herrería, criaron a María y a sus tres hijos en la religión católica. De hecho, eran practicantes e iban todos los domingos a misa.

La niña, que además fue la chica de los cuatro hermanos, creció entre algodones. Fue un ser mimado y consentido que siempre tuvo todas las atenciones por parte de sus progenitores. Al igual que en el colegio, donde se convirtió en una persona muy popular. Su físico siempre le benefició.

Era una joven preciosa pero su labia y esa personalidad zalamera y aduladora, le permitieron llegar muy lejos, sobre todo en el régimen nazi. Trabajó en correos pero fue despedida por ir en contra de las ideas del nacionalsocialismo. Algo llamativo, porque finalmente comulgó con ruedas de molino y acabó trabajando como guardiana en el centro de internamiento de Lichtenburg.

En 1939 la trasladan al campo de concentración de Ravensbrück, el Puente de los Cuervos, donde ejerció como supervisora en jefe y donde desplegó sus armas más dañinas y sanguinarias con los internos.

En este lugar, aparentemente erigido para aleccionar a otras compañeras con respecto a las tareas administrativas que debían realizar en el campo, en realidad se cometieron las más macabras vejaciones, torturas y crímenes que podamos llegar a imaginar. Y María Mandel fue quien dirigió aquellas salvajadas.

Los pases de revista eran agotadores y quienes no lograban superarlos, acababan en el búnker de castigo. Seleccionaba a mujeres para humillarlas hasta la extenuación y mediante la práctica de todo tipo de flagelaciones, consumaba, día tras día, ejecuciones que acababan con la muerte de aquellos pobres “conejitos de indias”.

“Mandel estaba intoxicada por su propia autoridad”, explicó una damnificada durante el juicio. No le faltaba razón. Aquellos castigos no solo generaban miedo en el resto de prisioneros sino que además, permitía tenerlos más controlados. De ahí, que sus superiores aplaudiesen sus viles técnicas con los presos y que compañeras como Irma Grese, Dorothea Binz o Juana Bormann, copiaran su severidad y extralimitación con judías y polacas. Pero jamás hubo nadie que pudiese igualarla en salvajismo.

Flagelaciones, frío y muerte

Durante aquellas largas jornadas en el búnker de Ravensbrück, las internas sufrían flagelaciones en tandas de 25, 50, 75 y 100 golpes cada una, hasta que caían exhaustas. Siempre las obligaba a contar en voz alta pero ninguna lograba llegar al número 10. La mayoría moría por hipotermia tras abandonarlas al aire libre en pleno invierno.

Neus Catalá, una de las sobrevivientes españolas encerrada en Ravensbrück, recuerda aquellos momentos donde el frío y la muerte asediaban a las mujeres: “Muchos días nos quedamos allí hasta las nueve de la mañana desde las cuatro de la madrugada. Sin haber bebido más que un agua que no era ni siquiera caliente. Un agua que le llamaban café, una cosa amarga que debía ser ortigas secas, yo que sé. Y nada más, con eso en el cuerpo, vestida de aquella manera que no te abrigaba nada, (una) sube hacia allí para estar tantas horas así. Cada día caían mujeres, cada día caían mujeres muertas. Cada día. Un día llegamos a estar a 30 grados bajo cero”.

El Puente de los Cuervos no era de este mundo, no podía serlo. Toda aquella miseria, putrefacción, enfermedades y crímenes… “Aquellas mujeres eran calaveras que nos miraban. Solo veías luz, ojos y calaveras. Y aquellas mujeres que nos miraban yo decía pero, ¿eso qué es? Hay muertos que nos están mirando. Tan tétrico… No hay nombre, el sufrimiento moral, aquel abandono… Salías del mundo. Decíamos que salíamos del mundo, que allá ya no era el mundo”, recuerda esta exiliada republicana capturada en la resistencia francesa.

Ella fue una de las «afortunadas» en librarse de la cámara de gas, aunque no de las múltiples torturas a las que fue sometida en sus años en este centro de exterminio.

Guantes blancos y experimentos

Dotada de una gran inteligencia, de ese físico aterrador y con un carácter inflexible, María se convirtió en una de las personas más odiadas y repudiadas del campo. Siempre llevaba guantes blancos. Le encantaba ver cómo aquella prenda se teñía con la sangre de sus víctimas después de cada maltrato, de cada golpe o flagelación. Además, fue una de las guardianas que supervisó los terribles experimentos médicos donde practicaban auténticas atrocidades con las presas.

Desde crearles una discapacidad permanente, adelantarles la menopausia o provocar su infertilidad, hasta romperles huesos y músculos para luego suturárselos en carne viva. La mayoría de aquellas víctimas morían sobre la mesa de operaciones tras una larga agonía para después llevarlas al crematorio. Ravensbrúck era el infierno.

Auschwitz-Birkenau

Éste no fue el único campo que padeció las animaladas de Mandel. Auschwitz-Birkenau también sufrió su presencia desde octubre de 1942. La supervisora no solo pasaba revista en los barracones, también se encargaba de la selección de las reclusas que iban directamente a la cámara de gas. Derecha, izquierda, derecha, izquierda… Así distribuía a aquellas mujeres que iban a morir o a seguir viviendo.

Los niños tampoco se salvaban. Ya lo dijo Himmler: “Hasta el niño en la cuna debe ser pisoteado como un sapo venenoso”.

Sin embargo, Mandel en un momento de lucidez quiso salvar a un pequeño gitano de cuatro años al que cuidó como si fuese su propio hijo. Algunas sobrevivientes recuerdan que la guardiana llegó a quererlo, pero esa puntual ternura, no logró ablandar por completo su corazón de hierro. Poco después, lo mandó asesinar.

Todos sus movimientos infundían pánico, incluso entre sus propios camaradas que evitaban encontrarse con ella. Además, la música clásica siempre acompañaba sus maldades.

La música

La pasión de Mandel por Puccini era casi obsesiva y esto la llevó a crear la primera “Orquesta de Mujeres de Auschwitz”.

Esa agrupación constaba de prisioneras cualificadas que debían tocar distintas piezas de música dependiendo de la situación. Había música cuando llegaban los reclusos al campamento, durante las selecciones a la cámara de gas, en los pases de revista, durante los trabajos forzados, y por supuesto, durante las torturas y asesinatos.

Los nazis lo tenían todo bien estudiado. Por un lado, debilitar el físico del recluso privándole alimentos; y por otro, minar su moral con la interpretación de música alemana y cánticos arios.

Con todo, los problemas que siempre preocuparon a Mandel a su llegada a este campo de concentración, fueron las malas condiciones de salubridad de sus instalaciones, además de la escasez de alimentos.

Los cadáveres se apilaban después de cada ejecución y eso generaba multitud de epidemias. Ni siquiera se quemaban los pijamas a rayas de los presos. Éstos volvían a entregarse a nuevos reclusos que se acababan infectando por el gas Zyklon B y muriendo envenenados. Así que la obsesión de esta supervisora, no era otra que realizar sendas desinfecciones para que los contagios no se siguieran propagando.

Uno de ellos ocurrió en el invierno de 1942-1943. Concretamente, un domingo muy frío donde, como venía siendo costumbre, Mandel pasó revista en el Frauenkonzentrationslager (campo de concentración de las mujeres) a las cinco de la madrugada.

En un instante, la perturbadora desinfección se volvió trágica cuando tras las órdenes de la SS-Lagerführerin (líder del campamento) unas 1.000 prisioneras murieron congeladas.

Además, durante las largas horas que duraba la fumigación, la Bestia se entretenía pegando tiros a determinadas reclusas asesinándolas en el acto.

Dachau

Tras Auschwitz-Birkenau, esta guardiana fue transferida al subcampo de Mühldorf, en el campamento de Dachau, donde siguió con las torturas y llevando a cabo las selecciones a la cámara de gas.

No estuvo mucho tiempo destinada allí porque la llegada de los aliados en abril de 1945, provocó su huida a través de las montañas del sur de Baviera. Quería regresar a su ciudad natal de Münzkirchen (Austria). Sin embargo, la libertad le duró poco. El 10 de agosto de 1945 la Bestia de Auschwitz por fin era detenida por los norteamericanos, e interrogada concienzudamente.

Durante un año, las tropas americanas tuvieron en cautiverio a María Mandel. En octubre de 1946 fue extraditada a Polonia y tuvo que esperar otro año más a ser juzgada por crímenes contra la humanidad. La vista judicial comenzó en noviembre de 1947 en Cracovia.

El juicio

Durante el mes que duró esta vista se escucharon los testimonios de los implicados activamente en la masacre, selección y asesinatos de judíos, pero también a los sobrevivientes de aquella catástrofe humana que de forma valiente decidieron alzar la voz y señalar a sus verdugos sin temor a represalias. Pero Mandel nunca asumió su culpa y negó todos los cargos que se le imputaron.

“Yo no tenía ni látigo ni perro. Cumpliendo con mi servicio en Auschwitz me vi obstaculizada por la terrible severidad de Höss, dependía totalmente del comandante y yo no podía impartir ninguna pena”, explicó al tribunal subida al estrado.

Incluso se dirigió a una sobreviviente que se encontraba en la sala, Bertha Falk, y le dijo: “Entiendo que usted sueña con una patria, pero recuerde que no hay vida para los que no se rinden”. Aquellas palabras evidenciaban que los acusados se consideraban inocentes, creían ser simples ruedas, meras piezas de un engranaje mayor conducido por Adolf Hitler.

La sentencia: la horca

El 22 de diciembre de 1947, el tribunal dictó sentencia y la Bestia de Auschwitz fue condenada a morir en la horca. Era responsable directa e indirectamente de la muerte de medio millón de víctimas. Sin embargo, un día antes de ser ejecutada, Mandel tuvo la oportunidad de “purgar sus pecados” en el baño común de la prisión. Esa mañana, la entonces supervisora y su compañera Therese Brandl se encontraban en las duchas, cuando se percataron de una cara que les resultaba del todo familiar.

Se trataba de la ex sobreviviente Stanisława Rachwałowa, reclusa de Auschwitz, que había sufrido las agresiones y vejaciones de la afamada nazi. Pese a su liberación al final de la guerra, volvió a ser encarcelada por sus actividades contra el comunismo y enviada a prisión, la misma donde dormían sus carceleras. La situación fue muy inquietante, porque Stanisława observó que Mandel se dirigía hacia ella.

La polaca estaba aterrorizada, sin saber qué hacer, desnuda y mojada, porque de nuevo volvía a toparse con la guardiana. Durante esos instantes, rememoró los castigos más severos que había recibido en el pasado. De repente, Mandel le miró con el rostro bañado en lágrimas y con un sentimiento absoluto de humillación, dijo lentamente y con claridad: “Ich bitte um Verzeihung” (Le ruego que me perdone). Entonces, Stanisława guardó el rencor y el odio que sentía y le respondió: “Ich verzeihe In Häftlingsnahme” (La perdono en nombre de los prisioneros).

Mandel se arrodilló y comenzó a besarle la mano. Tras el encuentro, todas regresaron a sus respectivas celdas, pero antes de perderse de vista, la Bestia de Auschwitz volvió la cabeza y sonriendo dijo en un perfecto polaco: “Dziekuje” (Gracias). Fue la última vez que víctima y verdugo se vieron.

“¡Viva Polonia!”, dicen que gritó Mandel justo antes de su ejecución. Quince minutos después su cuerpo fue examinado, declarada muerta y enviada a la Escuela de Medicina de la Universidad de Cracovia.

Allí los estudiantes se toparon con el cadáver de una mujer rubia de 36 años, de 1,65 m, 60 kilos de peso y con marcas en su cuello.

Mónica G. Álvarez. La Vanguardia

 

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