Cada 24 de marzo, fecha en la que se conmemora el golpe de Estado de 1976 en Argentina, María Estela Martínez de Perón es la gran ausente. Fue la primera mujer presidenta de Argentina y su gobierno, el último en ser derrocado. Pero su nombre apenas se menciona.
Es, quizá, el personaje más incómodo para el peronismo, ese movimiento político predominante en la historia argentina. Por eso no la reivindica. Ni la recuerda.
Los homenajes, los halagos y los aplausos siempre son para Juan Domingo y Eva Perón, la pareja inmortal que, para sus militantes, representa la justicia social, piedra fundacional del ideario peronista no siempre cumplido por los presidentes emanados de sus filas. Porque la contradicción también es otra marca indeleble del partido.
La narrativa de los 24 de marzo apela, sobre todo, al terror implantado por el gobierno de facto, a los responsables de decenas de miles de asesinatos, secuestros, desapariciones, torturas y apropiaciones de menores. Se actualizan las cifras de los juicios por los crímenes de lesa humanidad. Se recuerda a las víctimas. Pero de la presidenta que fue destituida por los militares se habla poco y nada.
Hoy, a sus 90 años, la tercera esposa de Perón, que desde joven adoptó el nombre de ‘Isabel’ y fue conocida popularmente como ‘Isabelita’, vive refugiada en Madrid. Y en silencio total. No habla con la prensa, no hace pronunciamientos públicos, no escribe memorias.
El documental ‘Una casa sin cortinas’, estrenado la semana pasada en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici), indaga en la figura de un personaje de tanta relevancia histórica. Una sucesión de entrevistas confirman que es un personaje no resuelto en el peronismo.
En las librerías apenas si puede encontrarse ‘La primera presidente’, una exhaustiva biografía publicada por la historiadora María Sáenz Quesada, pero el historiador Diego Mazzeri ya terminó otra obra en la que, según él mismo ha reconocido, pretende reivindicar a la expresidenta.
El golpe
«Señora, las Fuerzas Armadas han decidido tomar el control político del país y usted queda arrestada». Con estas palabras, el general José Rogelio Villarroel detuvo a Martínez de Perón en las primeras horas del 24 de marzo de 1976.
Pasadas las tres de la mañana de ese día, Videla ofreció su primera cadena nacional para informarle a la población que las Fuerzas Armadas habían tomado el poder. El golpe estaba consumado. Terminaban así los 20 meses del Gobierno que Martínez de Perón había encabezado en medio de una de las etapas de mayor violencia política del país.
Su llegada al poder había sido forzada. La cronología se remontaba a aquel 5 de agosto de 1973, cuando Perón anunció que la fórmula de candidato a presidente y vicepresidente en las elecciones de ese año estaría integrada por él y por su esposa. Ganaron con el 61 % de los votos. Ni antes ni después ningún binomio alcanzó tal cantidad de sufragios en Argentina.
El 12 de octubre, la pareja asumió el Gobierno. Pero solo nueve meses después Perón murió y, tal y como lo mandaba la Constitución, su lugar fue ocupado por la vicepresidenta. Desde el principio, parecía que la viuda tenía los días contados en la Casa Rosada. En 1930, Argentina había comenzado una historia de intermitentes golpes militares. Perón también había sufrido uno, en 1955, que interrumpió su segundo mandato. Y a mediados de los años 70, la inestabilidad y la violencia no cesaban. Involucraba a guerrillas, a grupos parapoliciales, a fuerzas de Seguridad y a las Fuerzas Armadas.
Para gobernar, Martínez de Perón se apoyó principalmente en José López Rega, el exsecretario personal de Perón que creó la Alianza Anticomunista Argentina, la temible Triple A que se erigió en un cuerpo parapolicial de ultraderecha que cometió crímenes de lesa humanidad antes de que los militares cometieran el golpe de Estado. Años después, la presidenta aseguraría que jamás había sabido de estos delitos.
La dependencia en López Rega debilitó todavía más el de por sí escaso liderazgo de una presidenta que era defenestrada incluso por los sectores del peronismo de izquierda y que no reconocían en ella el legado de su caudillo. Su Gobierno, marcado por las represiones, persecuciones a opositores, el autoritarismo y las declaraciones de estado de sitio, fueron el antecedente directo del terrorismo que consolidaría la dictadura militar que la derrocó.
A la inestabilidad política se sumaba la económica y social. El 4 de junio de 1975, el ministro de Economía Celestino Rodrigo, quien había sido impuesto por López Rega, anunció un paquete de ajuste del gasto público que fue conocido como el «Rodrigazo». El peso se devaluó más del 150 % y las tarifas de servicios se duplicaron mientras se imponían topes a los salarios. Acorde con la época, el sueño de las políticas neoliberales se había puesto en marcha a costa del empobrecimiento del país, de la población. Este era «otro» peronismo alejado por completo de la tan prometida justicia social, uno que le pedía por primera vez un préstamo al Fondo Monetario Internacional.
La crisis política, económica y social fue de tal magnitud que significó el fin de López Rega, a quien Martínez de Perón mandó como embajador a España. Pero ello no fortaleció al Gobierno. Al contrario. Las especulaciones sobre su estado de salud y su imposibilidad para dirigir al país eran constantes, tanto como las presiones para que renunciara y los rumores de un inminente golpe de Estado que, cuando se consumó, en realidad no sorprendió a nadie.
El origen
Nacida en la norteña provincia de La Rioja el 4 de febrero de 1931, María Estela Martínez Cartas fue una bailarina que a mediados de los años 50 se encontraba de gira en Panamá, como parte de un espectáculo musical.
Perón vivía ahí, exiliado luego del golpe sufrido en 1955. Ya se había casado en 1929 con Aurelia Tizón, y en 1945 con María Eva Duarte, pero ambas lo dejaron viudo. En Panamá, inició una relación con la joven bailarina a la que le llevaba 36 años, y quien luego lo acompañó en un periplo por Venezuela, República Dominicana y España. A Argentina no podía volver porque estaba proscrito.
En 1961, la pareja se casó y Martínez de Perón comenzó a adquirir protagonismo político. Cuatro años más tarde, viajó a Buenos Aires en representación de su esposo. Durante nueve meses encabezó cientos de reuniones, se involucró en elecciones locales y conoció a López Rega, quien después la acompañaría de regreso a Madrid para instalarse con ella y con Perón de manera definitiva.
El proyecto de Perón era volver al país. En aras de ese objetivo, su esposa volvió a Buenos Aires en 1971 y entonces quedó en evidencia tanto la popularidad inalterable del peronismo como sus divisiones internas. La proscripción se resquebrajaba.
Para las elecciones de marzo de 1973, Perón quiso ser candidato presidencial pero el requisito de residencia impuesto por la dictadura se lo impidió y su lugar fue ocupado por Héctor Cámpora, quien ganó con el 49,5 % de los votos. El peronismo volvía así al poder, pero de una manera absolutamente irregular porque, en los hechos, el verdadero líder del país era Perón, quien ya había vuelto al país junto con su esposa.
Cámpora sólo pudo gobernar durante 49 días. El 13 de julio, menos de un mes después del regreso definitivo de Perón a Argentina, firmó su renuncia. Las nuevas elecciones se convocaron para el 23 de septiembre y las ganó la fórmula Perón-Perón: Juan Domingo y María Estela, mejor conocida como Isabel, una figura sin trayectoria política, sin liderazgo, que sabía que, por el estado de salud de su esposo, en algún momento le tocaría ocupar la Presidencia.
El exilio
La noche del golpe, a sus 45 años, Martínez de Perón fue trasladada a la provincia de Neuquén, ubicada en el sur del país, en donde permaneció detenida durante siete meses. De ahí fue llevada a una base naval en la ciudad de Azul, en la provincia de Buenos Aires. Las condiciones fueron mejores gracias a la protección que le brindó el almirante Emilio Massera, uno de los miembros de la Junta Militar.
Más tarde continuó su arresto en la quinta de San Vicente, una propiedad de Perón ubicada en la provincia de Buenos Aires que hoy está reconvertida en un desvencijado museo. La derrocada presidenta pasó allí sus últimos años en Argentina, de donde partió rumbo a Madrid en julio de 1981, cuando el gobierno militar consideró cumplida su prisión y la obligó a exiliarse.
Desde entonces, Martínez de Perón se fue convirtiendo de a poco en un enigma. En 1983, al regreso de la democracia, la exdirigente quiso que el peronismo postulara como su candidato presidencial a su amigo, el golpista Massera, quien en 2010 moriría condenado por crímenes de lesa humanidad. Pero fue una de sus últimas intervenciones en la política partidaria.
En diciembre de 1983, ‘Isabelita’ regresó a Buenos Aires para asistir a la toma de posesión del presidente Raúl Alfonsín. Aprovechó su estancia para reunirse con sectores peronistas, negociar su amnistía para evitar ser juzgada por hechos cometidos antes del golpe militar y tratar de recuperar los bienes decomisados a Perón, lo que lograría años más tarde, durante la Presidencia de Carlos Menem (1989-1999).
De a poco, la expresidenta eligió el silencio. Ni siquiera hizo declaraciones públicas entre 2006 y 2008, cuando jueces argentinos solicitaron su extradición de España acusándola de delitos de lesa humanidad en causas que, finalmente, no prosperaron.
Y así sigue Martínez de Perón, callada, a 45 años del golpe que la derrocó y que dio inició a la dictadura más sangrienta de Argentina, un proceso que es una herida abierta para los argentinos y en el que ella es la gran olvidada. Ni siquiera hay polémica. De ‘Isabelita’, simplemente, jamás se habla.
Cecilia González: Fuente Externa