“No hablo más con mi padre”, dice Vadym Lykhoborov en el refugio montado en el Arena Lviv. Es un estadio moderno e imponente inaugurado para la Eurocopa 2012 que ahora aloja escapados de esta guerra que cumple dos semanas. Viste una bufanda del Dynamo de Kiev, su club, por el cual ha venido a hinchar alguna vez hasta acá, a 540 kilómetros de su casa. Mejores tiempos. Ahora se le llenan los ojos de lágrimas, tal vez de dolor, pero seguro de bronca. Vadym es uno de los tantísimos ucranianos que tienen parientes en Rusia y que desde la invasión, o incluso antes, no entiende cómo su familia se ha despedazado.
Trata de ser comprensivo. “Los medios rusos no dicen nada de la verdad. Le cuentan un cuento a la población y lo peor es que ellos se lo creen. ¡Es tan perverso que mis parientes no me creen a mí!”, se enoja.
Es cierto: Sputnik, Russia Today, la agencia estatal Tass y el resto de los medios controlados por el presidente Vladimir Putin sólo informan su versión del conflicto: que esto es una “operación especial” que intenta “desmilitarizar” y “desnazificar” Ucrania.
En Rusia no se ven las fotos del bombardeo a la maternidad de Mariupol. Ni las embarazadas heridas. Peor todavía: el ministro de Relaciones Exteriores del Kremlin, Sergei Lavrov, justificó el ataque. Dijo que se trataba de una base de nacionalistas ucranianos.
Los últimos 14 días de Vadym, un vendedor online de 42 años, fueron dramáticos. Se despertó el 24 de febrero con el primer misil que atacó Kiev, que cayó a una cuadra de su casa. Esa noche, y las tres siguientes, las pasó en el metro de la capital ucraniana, bajo tierra, con su familia: su esposa embarazada y una hija de 9.
Decidió escapar y terminó en Lviv. Logró mandar a sus mujeres a Alemania, a la seguridad. El durmió en el departamento de un amigo hasta que éste recibió parientes y lo tuvo que echar. El de la cancha de fútbol es su segundo refugio en dos días. No sabe bien cómo va a seguir. Su historia es única y a la vez igual de catastrófica a la de otros cientos de miles.
Roman, que tiene 28 años y organiza un refugio en una vieja fábrica soviética abandonada en Lviv, también dice que no entiende a los invasores, pero no es tan comprensivo. “Los rusos deberían salir a la calle a apoyarnos. Ellos eligieron a Putin y se tienen que responsabilizar”, piensa.
Es cierto que hasta ahora hubo 13.000 detenidos en Rusia por participar en manifestaciones en varias ciudades. Es verdad que arriesgan penas de prisión de hasta tres años. Pero también -al menos visto desde acá- parecen pocos al lado de los once millones de rusos, sobre 144 millones de habitantes, que se calcula que tienen parientes en Ucrania.
Después de hablar con decenas de ucranianos de todo el país durante más de diez días, queda claro que las posiciones ante los rusos son básicamente tres.
Algunos, especialmente los que tienen familia allá, como Vasyl, sostienen que el gobierno de Putin controla los medios con mano de hierro y que engaña a la población. Se distancian de sus parientes inevitablemente, pero culpan al gobierno.
Otros, como Roman, reclaman más activismo y acusan a sus vecinos por haberse aguantado el actual régimen tanto tiempo: que haya un autoritario medio loco en el Kremlin es responsabilidad de la gente que no se anima a voltearlo, como ellos hicieron en 2014 con el presidente Víktor Yanukóvich, del prorruso Partido de las Regiones. Hacen extensiva esa responsabilidad a los soldados rusos, que no se rebelan.
Finalmente, están los que directamente odian a los rusos y preferirían no verlos. O verlos muertos.
Como Boris, un médico que se anotó de voluntario en el ejército: “No quiero ver a los rusos acá. Cuando estuvieron, en 1914, 1915, asesinaban a los ucranianos. Los mandaban a Siberia a morir, los mataban de hambre«. Hay rencores eternos.
La primera guerra, hace casi 1.000 años
Las relaciones entre Kiev y Moscú -y obviamente entre sus pobladores- son tan antiguas como complejas.
La Rus de Kiev, una federación de tribus eslavas orientales, se estableció en 882 y dominaba la región que hoy forman Ucrania, Rusia y Bielorrusia. Hasta alrededor del 1200 fue el poder principal por esta zona. En 1169, un príncipe moscovita, Andrei Bogoliubski, y su ejército saquearon la ciudad y el liderazgo de Kiev comenzó a declinar. Es decir: la primera invasión fue hace casi mil años. Mucho tiempo de verdad.
De ahí en adelante los lazos entre un país y el otro fueron inevitablemente cercanos. Incluso es uno de los argumentos de Putin para justificar su invasión: que en el fondo Ucrania y Rusia son una sola nación, la Gran Rusia. Pero esa historia común, que incluye que Ucrania haya formado parte de la URSS, que en el Este muchos sean ruso parlantes y que hasta tengan equipamiento militar salido de las mismas fábricas, a la vez no puede ocultar las diferencias.
Por ejemplo, la Iglesia Ortodoxa Ucraniana peleó por su independencia respecto de la rusa hasta que lo logró hace pocos años. El cirílico que se usa acá no es igual al cirílico del otro lado de la frontera. Y la verdad es que gran cantidad de ucranianos, en especial los occidentales, se consideran superiores a los rusos.
“Cuando Kiev ya era una ciudad importante, Moscú era un caserío pobre”, repite Sofía Rybytska, de 28 años. En el fondo, lo que sienten es que ellos son cultos, europeos. Y los otros, brutos.
La diferencia es que ahora la grieta ya separa a las familias.
Valentina cuenta que su hermano, que vive en Novgorod, Rusia, le dijo: “Quedate tranquila que nadie está bombardeando Kiev. Deberías preocuparte de los nazis. Amamos a los ucranianos, pero deberían pensar mejor a quién eligen de presidente”.
El del nazismo ucraniano es un argumento esgrimido por Putin, que suena más estrambótico aún cuando se descubre que el presidente Volodimir Zelenski es judío.
Aquí, en Lviv, el sentimiento antirruso es notorio. Los carteles en las calles no dejan lugar a dudas. Uno dice el equivalente, en traducción libre, a “Rusos, váyanse a la p.. madre que los parió”.
La bronca aumenta a medida que pasan los días. Este jueves fracasaron las negociaciones diplomáticas en Turquía, pero lo que la gente sufre más es que siguen los combates alrededor de Kiev, de Mariupol, de Járkov. Que la destrucción de sus ciudades aumenta y que sus muertos ya se cuentan de a miles.
Sobre todo, no pueden ignorar el impacto de los refugiados. Son más de dos millones los que se fueron al exterior. De ellos, 1,4 millones viajaron a Polonia y pasaron por esta ciudad, que además aloja a otras 200.000 personas que optaron por quedarse. El drama en la estación de tren de Lviv es 7 por 24. Nada que parezca ruso es bienvenido.
“Los rusos aman a Putin. No hay nada más que decir”, dice Maryana.
“El régimen de Putin le lava el cerebro a la gente en Rusia. Este es país libre, amistoso. Ellos bombardean a nuestras mujeres embarazadas. Me da lástima esta gente. El 71% de los rusos apoyan la invasión y apoyan a su gobierno. No hay nada que los justifique”, dice Polina.
“Los rusos son el enemigo. Ellos apoyan fuertemente las ideas de Putin. Incluso los familiares y amigos, a los que uno les explica, no entienden. Ellos le creen a Putin y lo que ven en televisión. Pero Ucrania va a ganar”, dice Serhii.
“Para mí, la guerra empezó hace ocho años, cuando Rusia invadió Crimea, y tanto tiempo después los rusos siguen apoyando a Putin, es increíble”, dice Yurii.
“Tenía grandes amigos en Rusia, pero creo que son cobardes, y ellos también deben pensar que son cobardes. Nosotros no salimos corriendo en 2014 cuando la Policía nos apaleaba. Los rusos salen corriendo de su Policía. No vamos a olvidar sus misiles. Los vamos a aplastar”, dice Iván.
Algún día, ojalá más temprano que tarde, esta guerra va a terminar. Habrá mucho por reconstruir. Casas, escuelas, puentes, empresas. Quizás esa sea la tarea más fácil. Cicatrizar ciertas heridas va a ser bastante más complicado.