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48 horas en Milán

Italia es una reunión de idiosincrasias. Lenguas, platos, fútbol, moda, estilos, maneras… Los milaneses, por ejemplo, llaman a su dialecto meneghin, inspirados en un personaje tradicional del teatro milanés de fines del siglo XVII, fiel y amable, famoso entre los personajes de la Commedia dell’arte.

Para que a uno lo consideren visitante no es necesario haber llegado en tren o avión, basta con haber nacido más allá de los límites de la ciudad. Así, se oirá: ¡Ti te set minga de Milàn! (¡tú no eres de Milán!).

Pero ser de afuera también tiene sus ventajas.

Permite asombrarse con los jardines verticales de su creador, Stefano Boeri; disfrutar de la ostentación, el glamour y la grandeza; degustar en los restaurantes que reúnen el mayor número de estrellas Michelin de Italia y tomarse por enésima vez -como si fuera la primera- una foto con el Duomo de fondo. Fa ballaa l’oeucc, me racomandi! (¡haz bailar el ojo, por favor!), dirían los locales: a tener los ojos bien abiertos, entonces.

Vista de Milán y la Puerta Sempione. Foto Shutterstock
Vista de Milán y la Puerta Sempione. Foto Shutterstock

Primeros pasos en Milán

En la ciudad, la segunda en el país en tamaño luego de la capital, Roma, los atractivos más emblemáticos requieren reserva previa.

Por ejemplo, el Museo del Cenacolo Vinciano, que preserva La última Cena, de Leonardo Da Vinci. Solo tiene capacidad para 1.300 personas al día y abre las reservas con tres meses de antelación. Si aún con previsión no se consiguen tickets (17 €), una buena alternativa es contratar un tour por la ciudad que incluya esta visita.

El verano es particularmente caluroso (en esta temporada se superaron los 40º), y los inviernos pueden ser muy crudos.

Los lugareños aseguran que finales de primavera y principios de otoño son las dos temporadas más apacibles. Aún así, la ciudad se puede recorrer en cualquier momento.

La Scala de Milán. Foto EFE/EPA/MATTEO BAZZI ITALY OUT

Atención: las dos semanas clave de la Feria del Mueble (en abril) y la Semana de la Moda (septiembre) son concurridísimas y se viven momentos de efervescencia, con decenas de figuras clave circulando por las calles y precios que escalan a límites impensados. Sólo para fanáticos.

Para tener en cuenta: el primer domingo de cada mes, la mayoría de los museos son gratuitos y las propinas no son necesarias, y para el que tiene ganas de asistir a un espectáculo en La Scala -una de las salas de ópera más famosas del mundo-, una hora antes de la función se venden los tickets sobrantes con importantes descuentos.

Cafés y aperitivos en Milán

Pedir un café tiene sus códigos: un capuchino (más espuma, nunca se pide luego del mediodía) o caffé latte (menos espuma) son lo que conocemos como café con leche. El macchiato es un espresso con un poco de leche y un latte macchiato se sirve como leche caliente con un poco de café (una lágrima). Para quien desea un espresso, simplemente debe pedir “un caffé”.

Tampoco se está en Milán si no se elige un aperitivo antes de la cena. El barrio por excelencia es Navigli, llamado “el de los canales”, que recibió el aporte de Da Vinci para darles vida.

Aquí el presupuesto también puede encontrar aliento: en casi todos los casos, el aperitivo se sirve con algunos bocados (como las tapas españolas). Y en ocasiones la oferta es tan abundante que hasta puede reemplazar a la cena.

¿El trago ideal? El Negroni sbagliato (Negroni fallado), con vino espumoso en vez de ginebra, servido por primera vez en el Bar Basso (Via Plinio, 39) en los años 70.

El amanecer o el atardecer, ideales para ver el Duomo. Foto Shutterstock

Para vivir la noche milanesa -cerca de los atractivos tradicionales está repleto de buenas opciones- es ideal irse a zonas como Isola o Porta Venezia. Tener en cuenta que se cena habitualmente a las 21.

Una vista no tan común de Milán es desde lo alto, para lo cual hay tres opciones perfectas: la galería del Duomo; la Torre Branca, en el Parco Sempione; y la terraza de los grandes almacenes Rinascente.

Para mirar moda: las grandes marcas están en Via Montenapoleone. Para comprar: el distrito de Brera, con boutiques y tiendas de diseño locales. Muchos negocios cierran un par de horas durante la siesta y no abren los domingos.

El viajero que no quiera desentonar debe animarse a un calzado que destaque. Los milaneses miran para abajo y los zapatos son, para ellos, la carta de presentación.

Primer día

7.30 O más temprano, si te gusta madrugar. Es que antes de desayunar, vale la pena arrancar por el Duomo. Tal vez después será momento para la visita formal (Duomo+Museo, 8 €; hay diferentes tipos de tickets), o si ya se conoce, se puede omitir.

El amanecer o el atardecer dotan al mármol rosa de Candoglia de la catedral gótica renacentista de una luz irrepetible. La mañana temprana es una hora sin turistas -o con muy pocos-, perfecta para las fotos y también para conectarse con el espíritu de una ciudad que despierta.

8.00 A unas pocas cuadras espera El Jardín, el reducto que Antonio Guida, chef dos estrellas Michelin , tiene dentro del hotel Mandarin Oriental Milan. Allí, un exuberante patio interno se suma a la vibrante y psicodélica decoración que invita a desayunar metiéndose de lleno en el estilo de la ciudad.

Uno de los salones del Museo Poldi Pezzoli, Milán. Foto Shutterstock

10.00 Un sitio poco conocido se encuentra a unos pasos: el Museo Poldi Pezzoli (desde 7 €), en uno de los laterales del célebre Cuadrilátero de la Moda. Exhibe artistas como Botticelli, Bellini, Buonarroti y Tiepolo, entre otros, además de una sala dedicada a las armas históricas.

12.00 Una caminata de 15 minutos lleva hasta el Castillo Sforzesco, una fortaleza de 1368. El recorrido habitual es la visita exterior del sitio, diseñado por la familia Sforza para crear la mayor corte de Italia.

Sin embargo, el interior (martes a domingos, de 9 a 17) es interesante. El Museo de Arte Antiguo conserva obras de la Antigüedad, el Medioevo y el Renacimiento, y la Pinacoteca cuenta con más de 1.500 obras. Una sorpresa es la Sala delle Asse, la desconocida obra maestra de Leonardo da Vinci, cuyo techo abovedado el genio pintó recreando una arboleda.

Gran vista del Castillo Sforzesco. Foto Shutterstock

14.00 El barrio más chic es el de Brera, apodado como la bohemia de lujo, con calles adoquinadas que albergan edificios del siglo XVIII y locales de diseñadores emergentes.

Ideal una parada para almorzar en Tartufotto (Via Cusani 8, martes a domingo; almuerzo de 12 a 15; cena de 19 a 23), donde la trufa es protagonista. El restaurante es atendido por la familia Savini, que reinterpreta este producto en una cocina refinada, sencilla e intensa. Cuenta con una boutique maravillosa, y la crema de parmigiano reggiano es una gloria. Para animarse: tiramisú de trufa.

Para agendar: en ese mismo barrio, en via Fiori Chiari, el tercer domingo de cada mes se arma un mercado de artesanías.

16.00 La Pinacoteca di Brera (BreraCard desde 11 €; menores de 18, gratis; martes a domingos de 8.30 a 19.15) es considerada una de las más destacadas colecciones de arte de toda Italia. Exhibe en sus salas obras de Caravaggio, Tintoretto y Rafael. En el antiguo Monasterio de Santa María di Brera Humiliati, fue fundada por monjes jesuitas. El patio central (gratis) es majestuoso.

Allí mismo se encuentra el Observatorio Astronómico, donde Giovanni Schiaparelli divisó por primera vez los canales de Marte, en 1877. Entre otros objetos, se conservan los instrumentos con los que logró hacer esa observación.

18.00 Antes de dejar el barrio, es tentadora la plaza del Carmine, refugio de la iglesia de Santa María del Carmine, que data de 1446, de las más viejas de la ciudad y sitio de entierro de los célebres milaneses.

20.00 Un convento del siglo XV convertido en sofisticado jardín con patio enclaustrado, donde los monjes tenían su huerta, esconde a Zelo: un restaurante de vanguardia, ecléctico, repleto de muebles contemporáneos, que cuenta con la inspiración del chef Fabrizio Borraccino. Raw bar, plant based menúy una espectacular oferta de mar y carnes.

¿Imperdibles? El pulpo a las brasas llega con puré de batata y salsa arrabbiata. La chuleta de ternera a la milanesa es para dos.

Castillo Sforzesco, Milán. Foto Shutterstock

Segundo día

9.00 Amanecer con un desayuno de glamour clásico bañado en refinamiento vanguardista. Eso es lo que ofrece Salotto, el bar en el corazón de un clásico milanés: el hotel Príncipe di Savoia, apenas a unos minutos de La Scala y a otros tanto desde la estación de tren. Construido en 1896, ha sido parte de la historia local desde entonces.

Diseñado por uno de los más famosos arquitectos milaneses, Cesare Tenca, hoy exhibe una decoración digna de la ciudad de diseño. Las mesas de desayuno en Salotto y también en Acanto, su mítico restaurante que también abre de 6.30 a 11, están repletas de profesionales de moda y arquitectura cerrando negocios.

10.30 A unos 15 minutos a pie se llega a Isola, uno de los barrios más vanguardistas de la ciudad. En el pasado era una ciudadela a las afueras de los muros del ducado, camino al lago di Como.

Una de las estrellas de la modernidad se yergue allí: la obra del célebre Stefano Boeri, El Bosco Verticale, un complejo con dos torres que alberga 800 árboles, 15.000 plantas perennes y 5.000 arbustos.

Edificios verdes conforman el Bosco Verticale. Foto Shutterstock

Si es sábado, seguramente esté funcionado el mercado callejero más famoso de Milán, en la plaza Tito Minniti (a una cuadra de la estación del Metro M5 Isola).

A pasos de allí está la Biblioteca degli Alberi, el parque más moderno de la ciudad. Huertas, juegos de agua, máquinas para ejercitarse, espacio para niños, mesas para picnic, estanque, sector de relajación.

12.00 El Santuario de Santa María alla Fontana (1507), de arquitectura barroca, es el reflejo de una idea del propio Leonardo da Vinci y Bramante.

Su primer antecedente se remonta al siglo XIII, cuando se erigió una capilla dedicada a la Virgen María construida sobre una fuente subterránea de agua considerada milagrosa en la Edad Media. La fuente aún es protagonista del templo, y muchos la visitan solo por su fama de aguas curativas.

Allí enfrente está la Pizzería Alla Fontana (Via Genova Thaon di Revel, 28), un reducto exclusivo de consumo local. El sitio perfecto para perderse entre los milaneses.

Otra alternativa es el Mercado Comunal (martes a domingo de 7 a medianoche;lunes de 7 a 15), un histórico espacio cubierto en Piazzale Lagosta. Glory Bar Bistró es apto para una comida ligera allí mismo.

En Via Borsieri también hay una incesante oferta gastronómica.

Luces y restaurantes en Naviglio Grande. Foto Shutterstock

13.30 Un corto trayecto en metro (desde la estación Monumentale a Puerta Genova) lleva a otro de los barrios tendencia de la ciudad.

Su red de canales (de los que hoy solo quedan dos, Naviglio Grande y Naviglio Pavese) fue pensada para permitir la comunicación en barco, por ejemplo, para trasladar las piedras para las construcciones monumentales del centro de Milán. Data del siglo XII y llegó a tener 90 km de recorrido.

Naviglio Pavese, Milán. Foto Shutterstock

Naviglio Pavese ofrece una propuesta joven, con un estilo underground. Naviglio Grande se desliza entre dos calles: Alzaia Naviglio Grande y Ludovico Il Moro, para los que buscan más tranquilidad.

La iglesia de San Cristóforo sul Naviglio tiene su ingreso casi chocando con el canal. Hay barcos para tomar o comer algo, pero también todo tipo de propuestas gastronómicas. A cualquier hora es un espectáculo inimaginable.

San Cristoforo sul Naviglio. Foto Shutterstock

El callejón de las lavanderas es una reliquia: un lavadero que fue usado hasta fines del siglo pasado para lavar la ropa en la calle.

En Naviglio Pavese se puede visitar la basílica de San Eustorgio, aquella en la que, se creía, estaba el sepulcro de los Reyes Magos.

Uno de los puentes de Naviglio Grande. Foto Shutterstock

15.30 Una caminata de 20 minutos o un paseo breve en Metro hasta la estación Missori acerca a uno de los mejores sitios para compras de la ciudad: el Claustro Milán (Via Valpetrosa, 5).

Escondido entre las calles transversales de Via Torino, es una perla rara para los amantes de lo vintage. En el marco de la Casa dei Grifi y con vista a un claustro de Bramante, esta caleidoscópica tienda alberga una selección de ropa de diseñador, joyería y decoración maravillosa, junto a perfumes, libros y dulces que recuerdan a la infancia.

Casa dei Grifi es un palacio que data del siglo XV y que perteneció a una importante familia de recaudadores de impuestos de los Sforza. Se encuentra allí el único patio renacentista de estilo Bramante que, aunque privado, suele tener la puerta abierta, e invita a mirar.

17.30 A unos 15 minutos a pie (se puede llegar en metro, pero se tarda más) se encuentra el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología Leonardo da Vinci (Via San Vittore, 21; martes a viernes de 10 a 18; sábados y domingos de 10 a 19, desde 10 €), próximo a las plantaciones de vid que tenía el artista.

Sus más de 40.000 metros cuadrados exhiben la mayor colección del mundo de máquinas ideadas por el genio a partir de sus dibujos.

De camino se puede visitar la Basílica de San Ambrosio, que fue consagrada en el 387, una propuesta de las más peculiares del recorrido religioso. La Última Cena de Leonardo da Vinci está pintada en la pared del comedor del antiguo convento de los dominicos de Santa Maria delle Grazie, a apenas 365 metros del museo.

19.00 Con otros 20 minutos de caminata, o el metro hasta Porta Genova, se accede a Tortona, el barrio hasta hace poco reservado a las industrias, que se ha convertido en una de las zonas más interesantes de la ciudad por haber atraído al mundo de la moda, el diseño y la cultura. Marcas como Diesel (Via Savona y Sthendal) o Ermenegildo Zegna (Via Savona, 56) han instalado allí sus cuarteles centrales.

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