La asistente de vuelo Ilona Zahn no quedó muy impresionada cuando conoció al piloto Ian Duncan.
Corría el año 1970. Ilona trabajaba en la cabina de primera clase de un vuelo de Pan American Airlines de Roma a Teherán, vía Beirut y Damasco.
La primera vez que Ilona vio a Ian fue un par de horas antes del despegue. Estaba de pie, con su uniforme azul cielo de Pan Am, con el resto de la tripulación en el vestíbulo del Hotel Metropole de Roma.
«Estábamos esperando, charlando», recuerda Ilona.
Ian se acercó, alto, con galones de piloto en cada hombro, saludó a la tripulación y se presentó como primer oficial del vuelo.
«La mayoría de los pilotos eran muy amables, se acercaban si no los conocías de antes y se presentaban», cuenta Ilona ahora. «Me pareció amigable, pero no tuve mayor impresión de él».
Entonces pasaron un par de horas. Los pasajeros estaban embarcando en un Boeing 707 en el aeropuerto. Ilona estaba ordenando las provisiones en la galera de primera clase. Servir en primera clase también significaba estar al tanto de las necesidades de los pilotos, así que Ilona no se sorprendió cuando otra auxiliar de vuelo se le acercó con una retahíla de pedidos de bebidas directamente desde la cabina.
La colega de Ilona enumeró los pedidos de refrescos, té y café del ingeniero y del capitán. Luego, un poco avergonzada, añadió la petición del copiloto Ian:
«Dice que el café lo quiere ‘rubio y dulce como la chica de la galera'».
Ilona volvió los ojos. Le encantaba su trabajo y viajar por el mundo, pero este tipo de comentarios, recibidos a diario tanto de compañeros como de pasajeros, la desgastaban.
«Tenía muchos admiradores, porque era guapa», dice Ilona ahora. «Ese día no estaba de humor para que alguien me molestara. ‘Déjenme en paz, por favor’. Esa era mi idea».
Ilona sirvió un café negro. Luego se volvió hacia su colega, con un destello en los ojos.
«Vale, ahora se lo tomará rubio y dulce», dijo. Luego, se dirigió a la barra y dejó caer Tabasco, salsa Worcestershire, sal y pimienta en la taza.
«Puse en su café todo lo horrible que se me ocurrió», recuerda Ilona. «Después le puse un poco de crema por encima. Y le dije: ‘Vale, llévale esto al copiloto».
Cuando Ian tomó un sorbo, lo escupió enseguida. Por un momento se quedó en estado de shock. Luego se rió y se volvió hacia el capitán:
«Debo de gustarle para tomarse tantas molestias».
De Teherán a Roma
El vuelo llegó a Teherán a última hora de la tarde. Era el Irán anterior a la revolución, y la tripulación de Pan Am fue trasladada al Royal Tehran Hilton, un hotel de lujo situado a los pies de los montes Elburz. Así comenzó la habitual fiesta de la tripulación. El grupo se reunió en la habitación del capitán para tomar cocteles y conversar hasta altas horas de la madrugada.
Ilona e Ian se observaban desde lados opuestos de la habitación. Ella apreció que, tras el incidente del café, él mantuviera una distancia respetuosa. Era la primera vez que Ilona veía a Ian sin el uniforme de Pan Am y él llevaba unos pantalones oscuros combinados con un jersey de cuello alto de cachemira de color claro. Ilona tenía 25 años.
Calculaba que Ian tenía unos diez años más. Parecía ser muy querido y respetado por sus compañeros.
A la mañana siguiente, el teléfono de la habitación del hotel de Ilona sonó a las 10. Medio dormida y desconcertada por quién podía estar llamando, contestó con cautela.
Era Ian. «¿Quieres venir al bazar conmigo?», le preguntó.
Ilona aceptó, pero le dijo que no estaría dispuesta a salir sino hasta más tarde, que estaba recuperando el sueño. Quedaron en verse por la tarde, con algunos miembros más de la tripulación. El grupo viajó en una de las camionetas privadas del hotel.
Luego pasearon por el Gran Bazar de Teherán, mirando ollas de cobre y regateando caviar. Al cabo de una hora, Ilona estaba lista para volver al hotel. Ian le dijo que la acompañaría y pidió un taxi.
El taxi se quedó atascado en el tráfico. Sin nada más que hacer que pasar el tiempo conversando, Ian e Ilona tuvieron mucho de qué hablar. Ella le contó de su pasado: nacida al final de la Segunda Guerra Mundial en Alemania, se había «divorciado» a conciencia de su país cuando era joven y desde entonces había vivido en Londres, Nueva York y París. Ian dijo que había nacido en Estados Unidos, hijo de inmigrantes escoceses, y que toda su vida había soñado con pilotar aviones.
«Nunca dejamos de hablar. Y disfrutábamos mucho de la compañía del otro. Y eso fue más o menos lo que me atrajo de él», dice Ilona.
Esa noche, Ian e Ilona cenaron en un restaurante persa con sus compañeros de tripulación. Después, Ian le preguntó a Ilona si quería observar las vistas desde el balcón de su habitación, prometiéndole que eran espectaculares.
Mientras contemplaban las luces de la ciudad, Ian le preguntó a Ilona si podía besarla.
Fue, dice Ilona, «un abrazo largo y romántico».
Cuando su vuelo de Pan Am regresó a Roma, Ian e Ilona pasaron la tarde paseando juntos por la ciudad. Tiraron monedas en la Fontana de Trevi. Pasaron horas sentados juntos, hablando y bebiendo en el bar del hotel.
Al día siguiente, Ilona voló de vuelta a Nueva York e Ian se fue a París. No intercambiaron números de teléfono ni prometieron volver a verse. Pero unos días después Ilona abrió el buzón de su tripulación en el aeropuerto John F. Kennedy y cayó una nota de Ian. «Me gustaría volver a verte», decía. Sugirió que pidieran juntos otro vuelo a Roma y Teherán.
Un romance internacional
Así comenzó un torbellino de cortejo internacional. Ian, como primer oficial superior, usualmente el primero en elegir los vuelos. Le comunicaba a Ilona su agenda y ella intentaba conseguir los mismos viajes. A menudo intentaban viajar juntos a Roma. Todos los auxiliares de vuelo de Pan Am debían dominar al menos un segundo idioma, pero Ilona hablaba cinco, incluido el italiano, así que normalmente conseguía ser la primera en elegir los vuelos a Roma.
Durante los dos años siguientes, Ian e Ilona disfrutaron de lo que Ilona llama «una maravillosa historia de amor».
Fue divertido y emocionante. Sus trabajos les brindaron la oportunidad de salir juntos por todo el mundo: desde pasear por el Sena en París a recorrer museos en Londres, explorar tiendas en Tokio o ir de safari en Kenya.
«Tuvimos una época maravillosa en la que volábamos juntos casi todos los meses», dice Ilona.
Cuando sus vuelos no coincidían, se dejaban cartas en los hoteles Intercontinental frecuentados por la tripulación de Pan Am. O, si ambos viajaban en vuelos diferentes, se llamaban por la radio de Pan Am.
«Alguien me decía: ‘Tengo a alguien aquí que quiere hablar contigo'», recuerda Iona. «Así que entraba en la cabina. Y allí estaba él en la radio de Pan Am, hablándome, a 30.000 pies de altura. Increíble. Era emocionante».
Su conexión se hizo más profunda.
«Con el tiempo, nos enamoramos de verdad», dice Ilona.
No todo el mundo se tomó el romance de Ilona e Ian tan en serio como ellos. Ilona recuerda que le contó de Ian a una amiga de Nueva York y le dijo que él tenía un «historial de aventuras amorosas».
Pero para Ilona, Ian era diferente de los hombres con los que solía cruzarse.
«Viviendo en Nueva York en los años 60, todo el mundo y sus hermanos querían salir conmigo», dice.
«Muchas azafatas salían con hombres ricos que pensaban que te estaban haciendo un favor al invitarte a salir, y eso no me gustaba. Sabía que quería a alguien con quien pudiera mantener una conversación».
Ella siempre había desconfiado un poco de los pilotos de Pan Am, que a menudo eran encantadores pero «quieren acostarse contigo y ya está».
Aún así, con Ian «simplemente funcionó».
«Estábamos muy enamorados», dice Ilona ahora. «Teníamos muchas cosas en común. A los dos nos gustaba la naturaleza. Los dos estábamos de acuerdo en hacer lo que quisiera la otra persona. Por ejemplo, a mí me gusta la música clásica. Me gusta la ópera. Me gustan los conciertos. Él iba conmigo a eso y yo iba a pescar con él».
Ian e Ilona no llevaban en secreto su romance.
«Éramos conocidos por ser la pareja de enamorados. Llegábamos a una estación y la gente decía: ‘Ya están aquí otra vez, los enamorados, cosas así'».
Algunos de sus compañeros de trabajo decían que aquello no duraría, y había alguna que otra burla por aquí y por allá. Pero otros también los apoyaban. En los viajes, si el capitán conseguía una habitación más grande que la del copiloto Ian, a menudo la ofrecía para que Ian e Ilona pudieran quedarse juntos en el espacio más grande.
En el trabajo, «con frecuencia había coqueteos», dice Ilona.
«Venía a la cocina y se aseguraba de que todo iba bien, solo para echarme un ojo».
La vida en Pan Am
Ilona disfrutaba de su romance con Ian, pero también quería conservar su independencia. Desde que abandonó Alemania al final de su adolescencia, había avanzado sola. Había estudiado una carrera de ciencias y al principio quería ser médica. Luego se interesó por los idiomas, aprendió francés en París y obtuvo el Cambridge Proficiency Certificate en Londres. Durante un tiempo vivió en Nueva York, donde trabajó en la joyería Tiffany’s de la Quinta Avenida.
Fue durante una estancia en Bermudas en 1968 cuando Ilona entró por primera vez en una oficina de Pan Am, preguntando por trabajo voluntario.
«En realidad no necesitamos voluntarios en el aeropuerto de Pan American», le explicó el hombre del mostrador.
«Pero te daré un pasaje gratis a Nueva York para que hagas una entrevista. Sé que te van a contratar como auxiliar de vuelo».
Conseguir trabajo en Pan American solía ser competitivo, pero Ilona tenía un pase rápido de la oficina de Bermudas. Entró en la oficina del aeropuerto JFK con los papeles en la mano y le ofrecieron un trabajo en el acto.
«Nuestra vida pasó a manos de Pan American. Pero me pareció maravilloso porque me gustaba mucho el trabajo», dice Ilona. «En aquella época, era un tipo de viaje muy lujoso y conocí a mucha gente maravillosa, no solo famosos, aunque también muchos de ellos».
Ilona recuerda haberse relacionado en el trabajo con estrellas de cine como Richard Burton, Elizabeth Taylor y Sophia Loren.
Hoy en día, el romance rodea a Pan Am, e Ilona confirma que trabajar como auxiliar de vuelo allí era «definitivamente glamuroso».
Había fiestas constantes, «ya fuera en Nueva Delhi o en Bangkok, o en Beirut».
«A veces nos íbamos dos semanas seguidas, volando de Nueva York a Hong Kong y vuelta», dice Ilona. «Siempre llevábamos ropa elegante, como un vestidito negro».
Detrás del glamour también había trabajo duro.
«Hacía huevos revueltos para 120 personas en clase turista», recuerda Ilona.
Pero incluso cuando el trabajo era agotador, a Ilona le encantaba. Disfrutaba de la oportunidad de explorar el mundo, de ver lugares sobre los que otras personas solo leían en los folletos de viajes.
Mientras trabajaba para Pan Am, Ilona también fichó por una agencia de modelos. Hizo varios anuncios de perfumes y maquillaje. Luego, en 1971, la contrataron para hacer un anuncio para Playboy en nombre de Pan Am.
«Hay muchas bellas razones para volar en Pan Am», decía el anuncio. «Ilona Zahn es solo una de ellas».
El texto describía a Ilona como «la chica que te hace sentir como en casa. La chica que lleva las alas de Pan Am. Es un ángel».
Cuando Ilona lo leyó por primera vez, le pareció «graciosísimo».
Las fotos de la publicación, tomadas durante dos días en West Hampton, Long Island y Manhattan, mostraban a Ilona montando a caballo, de compras y en la playa. También había un par de fotos de Ilona en el trabajo, con su uniforme de Pan Am.
Unos años más tarde, Pan Am buscaba una asistente de vuelo que posara para un recortable de cartón a tamaño real que se expondría en las oficinas de la compañía y en las agencias de viajes de todo el mundo. Ilona estaba en su punto de mira gracias a su experiencia como modelo. Fue al edificio de Pan Am, en el 200 de Park Avenue, y se encontró en una sala con otras 20 auxiliares de vuelo. Todas posaron para las fotos y Pan Am eligió su favorita: una foto de Ilona de cuerpo entero, con uniforme azul, corbata y una bolsa de Pan Am.
«Esto fue en 1975, 1976. Al día siguiente, mi póster estaba en todas las agencias de viajes, todos los aeropuertos y todas las oficinas de Pan Am del mundo», recuerda Ilona, que bromea diciendo que ahora Ian, literalmente, nunca podría escapar de ella.
Fuga a Las Vegas
Al principio, Ian e Ilona dudaban si casarse o no. Por un lado, Ilona no tenía prisa por dejar de volar, una decisión que solía acompañar al matrimonio de las auxiliares de vuelo en la década de 1970. Además, Ian e Ilona ya habían tenido matrimonios previos e Ian era padre de dos hijos con su primera esposa.
Sus respectivos matrimonios fueron «muy cortos», dice Ilona, que califica el de ella de «sin sentido».
«Ya habíamos estado casados antes. Así que teníamos muy poco interés en el matrimonio».
Ilona e Ian decidieron evitar lo que se consideraba «normal» a principios de la década de 1970. En lugar de firmar un certificado de matrimonio, se comprometieron el uno con el otro comprando una casa en Long Island, Nueva York, y viviendo allí juntos. Pero la pareja apenas se había instalado cuando recibieron por correo una carta en la que se les explicaba que su seguro no era válido debido a que estaban solteros.
Ilona e Ian necesitaban resolverlo de inmediato.
«La única forma de hacerlo era fugarse rápidamente a Las Vegas y casarse», dice Ilona. «Así que eso fue lo que hicimos».
El día de la boda, en 1974, fue más bien una cuestión práctica, pero Ilona e Ian aprovecharon al máximo su luna de miel.
«La pasamos de maravilla», dice Ilona. «Hicimos parapente, montamos a caballo, pescamos… lo que se te ocurra».
Ian e Ilona se enteraron más tarde de que los amigos pilotos de Ian habían hecho apuestas sobre cuánto duraría el matrimonio: el consenso general era que Ilona e Ian se divorciarían en tres años.
«No creían que ni él ni yo estuviéramos preparados para sentar cabeza», dice Ilona, que adoptó el apellido de Ian cuando se casó, convirtiéndose en Ilona Duncan. «Pensaban que éramos más bien dos personas que querían divertirse y que se cansarían la una de la otra».
Era cierto que tanto Ilona como Ian tenían «personalidades fuertes», como dice ella. Discutían de vez en cuando. Pero cuando se enteraron de las apuestas, se encogieron de hombros. Confiaban en su futuro.
«Mucha gente perdió sus apuestas», dice Ilona ahora, riendo. «Supongo que la gente no nos conocía tan bien».
Ilona siguió volando unos años después de casarse, pero se retiró cuando tuvo hijos. No obstante, Ian siguió pilotando aviones de Pan Am, por lo que los viajes continuaron siendo uno de los pilares de su vida familiar.
Ilona recuerda con alegría un periodo que Ian pasó en Sydney, Australia.
«Volamos a Fiji y Samoa, y pasamos mucho tiempo en la playa. Fuimos a la Gran Barrera de Coral», dice.
Después de Pan Am, Ilona se convirtió en profesora de idiomas, algo que Ian alentó de todo corazón. Ian empezó a trabajar para el fabricante de aviones Airbus y la familia Duncan pasó una temporada viviendo en Francia.
Navegando juntos por la vida
Viajar «nunca fue algo que se detuviera para nosotros, porque siempre lo disfrutamos», dice Ilona.
En su aniversario de bodas número 25, Ian llevó a Ilona a Roma. Reservó una habitación en el Hotel Metropole, el lugar donde se cruzaron por primera vez.
Ian se retiró de la aviación a finales de la década de 1990, pero no de la exploración. Ilona y él se compraron una casa rodante y pasaron dos años viajando juntos por Estados Unidos. Una vez más, los amigos apostaron a que Ian e Ilona se volverían locos el uno al otro.
Pero la experiencia, aunque a veces difícil, no hizo sino unirlos más.
«Creo que lo más importante es que empezamos nuestro matrimonio con mucho amor», dice Ilona.
Esta base sólida también ayudó a Ian e Ilona cuando falleció su hija.
«Tuvimos muchas tragedias en nuestras vidas», dice Ilona. «Cuando estás muy enamorado, puedes superar muchas cosas».
Ian murió en 2021, a los 86 años. Pasó las dos últimas décadas de su vida con Ilona en su casa junto al agua en Virginia, un lugar que ella describe como un «lugar tranquilo».
«Ahí es donde acabamos», dice ella. «Todo el mundo se pregunta, ¿cómo demonios puedes venir a Virginia después de haber vivido en todos esos lugares? Pero creo que cada lugar en el que viví tenía un propósito en ese momento».
Ilona sigue viviendo en Virginia, en una casa frente al mar, en la bahía de Chesapeake.
«Tengo unas vistas preciosas y muchos amigos aquí», dice.
Ilona, que ahora tiene 78 años, pasa los inviernos con su hijo y su nuera en Florida. También está muy unida a uno de sus hijastros, del primer matrimonio de Ian, que heredó la afición a volar de su padre y ha trabajado como piloto durante 30 años. Ilona también disfruta del tiempo que pasa con sus nietos.
En Virginia, Ilona dedica su tiempo a actuar en el teatro y el coro locales. También ha escrito varios libros sobre su vida en los últimos años, incluido, más recientemente, una biografía de Ian.
Lo extraña mucho, pero se esfuerza por aprovechar al máximo cada día.
«Tengo curiosidad por la vida, incluso a una edad avanzada», dice. «Así que esto no ha cambiado».
Ilona también disfruta reflexionando sobre su vida itinerante, su increíble carrera y su historia de amor con Ian, que abarca cinco décadas.
«Mi marido siempre decía: ‘A la gente le encantan las buenas historias de amor'», dice Ilona. «Tuvimos la suerte de tener una bonita historia de amor».
«Todavía me da mariposas en el estómago. Estaba muy enamorada de él. Hoy pienso en él, ahora que ya no está. Y no pienso en él como cuando estuvo enfermo esos dos últimos años. Pienso en el hombre encantador que conocí. Y cuando pienso en él, sigo muy enamorada».