La policía llegó a la iglesia un 8 de junio de 1983. La mujer, con su ropa sucia, sus pies maltratados y confundida, pronunció unas palabras que los agentes no lograron entender. La interrogaron en inglés, insistieron, pero no fue posible la comunicación. Y como nadie supo lo que dijo, ella perdió su libertad durante los 12 años siguientes.
Rita Patiño Quintero era su nombre, una indígena rarámuri, oriunda del estado de Chihuahua, en el norte de México. Ese día se refugiaba en el sótano del templo metodista de la ciudad de Manter, en el oeste de Kansas, EE.UU.
Antes de que llegaran las autoridades, un pastor la descubrió mientras Rita comía huevos crudos.
Se presume que llegó hasta allí caminando desde suelo mexicano. Después de todo, rarámuri significa «corredores ligeros» y proviene de rara, pie, y muri, ligero.
Para esta etnia, correr tiene un importante significado social y cultural. Habitan las laderas de la Sierra Tarahumara, cuya complicada topografía les obliga a evitar obstáculos, cruzar riachuelos y subir montañas. Hay que ser rápido y más aún resistente para enfrentar las condiciones de su hogar.
En Kansas, Rita quizás luchó contra condiciones más secas y más frías que en la sierra.
Fue llevada a un cuartel de policías, en donde golpeó a una agente que intentaba asearla, dice el cineasta Santiago Esteinou, quien en abril de 2024 estrenó el documental «La mujer de estrellas y montañas», en el que, luego de una profunda investigación de archivo y entrevistas, cuenta la historia de esta mujer.
«Llevaron un traductor y hace un reporte ridículo. Concluye que debe ser indígena y que viene de algún país de América Latina. Pero a pesar de que no entiende nada de lo que le dice, comenta que las palabras de Rita no tienen sentido. La llevan ante la corte y se concluye que no estaba en sus capacidades mentales, que era un peligro para sí misma, por lo que la llevan a un hospital psiquiátrico», le explica Esteinou a BBC Mundo.
Rita casi no hablaba español, su lengua materna era el rarámuri. En el sistema judicial de Kansas y en la institución a la que fue llevada, no había traductores que pudieran colaborar en su caso.
La mujer no entendió el proceso legal en su contra, no sabía dónde estaba ni tampoco por qué estaba encerrada.
El resto de su vida estuvo marcado por la exclusión, la violencia médica, la burocracia institucional y la soledad.
Pero también fue una mujer rodeada de mitos y misterios.
¿Quién era Rita Patiño Quintero?
Pastora de ovejas, partera, herbolaria, artesana, lavandera.
Rita fue e hizo muchas cosas, según el documental de Esteinou, en el que participan la cuñada, la sobrina y varios vecinos de la mujer que la conocieron en su juventud.
Pero algo que reitera el realizador sobre Rita, que habría nacido en 1930, es que no seguía los parámetros de la comunidad en donde vivía.
Originaria de Piedras Verdes, luego vivió cerca de la región de Cerocahui, en un poblado del municipio de Urique.
De carácter fuerte, que ignoraba cualquier orden sobre cómo hacer las cosas, tuvo una pareja y un hijo.
Poseía un vasto rebaño de ovejas, era «una mujer rica en ese sentido», señala el documentalista. Y también era caritativa: le regalaba queso a la comunidad.
Pero un día todo cambió y Rita pronto se convertiría en una «apestada» entre los suyos.
Dicen los vecinos que le robaron el rebaño y la acusaron de haber asesinado a su marido, algo que nunca se pudo probar.
«Una persona buena, muy buena. Y yo toda la vida he dicho que así fue. Lo que pasó es que la trataron mal. Se decía que había peleado con el marido y que le ganó y lo mató», comenta Procopio Mancinas, un vecino de Urique que vivió cerca de Rita y participa en el filme.
«Rita Patiño no mató a Jerónimo Renterías. A Rita Patiño le robaron las chivas, le robaron las cobijas, le robaron los borregos», añade a cámara.
En el pueblo también se propagó la creencia de que había sido «embrujada» en una Tesgüinada, una fiesta que celebran los tarahumaras, a veces alrededor del trabajo, como la siembra, en la que toman una bebida embriagante a base de maíz conocida como tesgüino.
Después de ese supuesto «embrujo», Rita habría quedado con problemas del habla.
«Entonces, le dije a mi esposo: ‘Yo creo que Rita está tonta. Ya no habla bien, como hablaba en aquellos tiempos cuando estábamos nuevos’. Platicaba sola. Esa cosa no lo cura ni uno, así se muere uno, tonto”, comenta en la película Soledad Mancinas, esposa de un primo de Procopio.
Lo cierto es que Rita comenzó de alguna forma a vagar con su hijo. Y su comunidad comenzó a verla con miedo. Dicen los vecinos que no era bien recibida en casi ningún lugar.
«Había gente que no la quería, cuando llegaba le cerraban la puerta. Entonces, la gente decía que los quería matar. Pero no era nada de eso, tenía hambre, quería comida», sostiene Procopio Mancinas.
Esteinou teoriza que en realidad, Rita podría haber sido una persona con alguna discapacidad que no era entendida por la gente que tenía a su alrededor.
A consecuencia de todo lo que vivió y se decía de ella, el cineasta cuenta que las autoridades le quitaron a su hijo, quien también aparece en el documental.
Por qué se fue de México y cómo llegó hasta Kansas es un misterio, señala Esteinou en nuestra conversación.
Pero quizás no es tan difícil adivinar, agrega, sobre todo siendo consciente de la realidad que le tocó vivir.
La liberación
En un principio, la corte ordenó que la mujer fuera internada en el Hospital Psiquiátrico Estatal Larned, también en Kansas, por tres meses. Su condición sería evaluada nuevamente al culminar ese periodo, así como también su estancia en EE.UU.
Pero el abogado de oficio que se le asignó nunca se presentó ante los jueces. Y, de igual manera, no habría podido comunicarse con ella por falta de traductores.
Al tiempo, el personal médico alegaba desconocer la procedencia de la paciente, algo que suponía un problema mayor para contactar a cualquier familiar.
Los meses pasaron y se convirtieron en años. Años en los que Rita estuvo sin poder hablar, sola, lejos de su cultura, su tierra y siendo medicada sin un diagnóstico concreto por las barreras del lenguaje.
«Se convirtió en una más», dice Esteinou.
«Fue la tormenta perfecta. Veo muchas formas de discriminación y de violencia en el caso de Rita. Confluyen muchos elementos. Es una mujer indígena que habla una lengua completamente invisibilizada, que es pobre, migrante, probablemente con alguna discapacidad y que es mujer», sostiene el director.
No fue hasta diez años después que su situación dio un giro y, además, que se descubrió la amplitud de las fallas institucionales relacionadas a su internación.
La organización Kansas Advocacy and Protective Services, hoy conocida como Disability Rights Center of Kansas, decidió en 1994 revisar los casos de pacientes que llevaran más de cinco años en el hospital.
Para Rita, la entidad asignó a la abogada Toria Mroz.
«Una de las primeras cosas que hicimos fue mirar en sus expedientes médicos. En una etapa muy temprana de la documentación, había una referencia a que ella había indicado que era de Chihuahua y que era una indígena tarahumara», cuenta Mroz en el documental.
«Eso había estado en su expediente médico prácticamente por todo el tiempo que ella estuvo ahí. Aun así, habían pasado 10 años y ella seguía ahí. Ellos seguían diciendo: ‘no sabemos de dónde es ni qué idioma habla'», agrega.
Pero no es solo eso, también hubo constancia de que personal de los consulados de México en Salt Lake City, Utah, y Kansas habían sido informados de la presencia de Rita en el hospital por un trabajador social, pero nunca hicieron alguna gestión para sacarla de allí.
El equipo de abogados de la organización demandó al hospital y a más de 30 personas que eran parte de su plantilla. Pedían US$10 millones por los daños.
El proceso legal se convirtió en un reto, sobre todo porque Rita no podía ofrecer testimonio en la corte y porque en EE.UU. solo había un psiquiatra capaz de entender tarahumara, cuenta Esteinou.
La mujer fue dada de alta y llegó a México en 1995.
Pero su caso se extendió de 1996 a 2001, y terminó resolviéndose a través de un acuerdo de indemnización mucho menor a la suma original que los abogados solicitaban.
Por todo lo que vivió en esos 12 años, la mujer recibiría US$90.000, pero de eso tendrían que destinar a la ONG que la ayudó y a sus abogados la suma de US$32.641.
El resto del dinero, que se supone iba a ayudar a Rita en su regreso a su país natal, tiene su propia historia.
Vivir en la sierra y el dinero perdido
Rita mira el horizonte sentada en una colina. Su cabello es todo blanco, su piel arrugada. De frente solo hay montañas y alrededor todo es maleza.
Esteinou retrata en su filme el contraste con el hospital. La mujer, libre al fin, con su propia voz y en lengua rarámuri, es escuchada.
– ¿Cómo te sientes, Rita?
– Me siento bien, no me he enfermado.
– ¿Estás contenta de vivir en la sierra?
– Yo estoy muy feliz de estar aquí.
– ¿No estás triste?
– Me siento muy bien de convivir con la naturaleza.
El director comenzó a filmar en 2016, pero la película no fue terminada hasta 2022.
En ese periodo conoció a Rita y a su sobrina, Juanita, quien se hizo cargo de ella.
Y aunque se sentía a gusto en su tierra, Esteinou atestiguó cómo luego de Kansas le tocó vivir una vida en pobreza, pese a que su indemnización suponía una suma sustancial en México en aquella época.
«La corte creó un fideicomiso y nombró a una monja llamada Beatriz Zapata, escogida por la organización, como la administradora de los bienes de Rita. Durante más o menos dos años, le comenzó a dar unos US$300 al mes y luego le dio US$6.000 en un solo pago. Pero luego, la monja desaparece con el dinero», cuenta el cineasta.
Después de varios años, la corte le pidió a la monja comparecer, porque había dejado de rendir informes sobre los desembolsos a Rita. Allí se descubrió que se había gastado la mayor parte del dinero.
Y aunque un juez ordenó que devolviera el doble de lo que utilizó, solo entregó US$10.000.
Fueron nombrados dos nuevos administradores, que cobraban todos los años US$1.000 por atender el fideicomiso. Ambos alegaron que no podían dar con el paradero de la mujer y al cabo de diez años, el dinero se acabó.
Durante su tiempo en México, aunque solía cantar y bailar, tenía buen apetito y era cuidada con cariño, Rita vivió ensimismada, muy en su cabeza, dice Esteinou.
Murió en 2018 y fue despedida con una fiesta en su comunidad.
Los rarámuri creen que celebrar la muerte ayuda a la persona fallecida a pasar al siguiente plano de la existencia, que se encuentra en su origen: las estrellas que alumbran las montañas de la Sierra Tarahumara.