Si bien no disponemos de estadísticas que ofrezcan un ranking exacto, en nuestra experiencia, los pensamientos catastróficos más frecuentes se relacionan con la familia, la salud y el futuro económico. Este tipo de pensamientos no varían tanto, en los tiempos que corren, entre hombres y mujeres.
1. Temor de enfermar o de que nuestros hijos, parejas o seres queridos cercanos enfermen de algo grave.
2. Temor por el futuro económico.
3. Temor de que se susciten problemas domésticos en el interior de la familia, tales como problemas escolares, relaciones conflictivas, etc.
Los pensamientos catastróficos acerca de la salud presentan también su propio ranking, ocupando los primeros puestos el temor al cáncer (cuando estás por ir a buscar los resultados de exámenes de rutina o de mamografías, por ejemplo), a tumores cerebrales y a accidentes cerebro-vasculares (estos últimos desencadenados frente a la aparición de mareos o dolor de cabeza). En general, la preocupación excesiva suele centrarse en situaciones comunes a todos, tales como salud, la puntualidad y asuntos hogareños, laborales o económicos. Lo que cambia en vos, siempre tan ansiosa, es la intensidad y las cosas espantosas (pensamientos catastróficos) que se te ocurren al respecto.
Veamos un ejemplo de temor a enfermar, extractado del libro «Mi cabeza no para» (con el debido permiso del autor, quien esto mismo escribe, y Ediciones B) Gabriela o el deseo de una utópica existencia aganglionar.
La primera consulta de Gabriela es una de esas que no se olvidan. Era puro temblor en la silla frente a mí y, no exagero, mientras intentaba contar lo que le pasaba. Estaba segura de haber enfermado de leucemia. Los ojos se le llenaban de lágrimas al pensar en que sus hijos. Si la terrible enfermedad se confirmaba iban a quedar sin ella, sin los cuidados y el amor de una madre.
¿Hace falta que existan los ganglios? No digo los ganglios inflamados… ¡los ganglios, normales o anormales! ¿Es posible que algo así, que puede ser tan malo, esté palpable, al alcance de los dedos, tan a la vista que si les da un poco de luz en diagonal ya los descubrís ahí, abultando, haciendo una curva suave que el día anterior no estaba? En todo caso, si son imprescindibles, deberían estar ubicados más profundo, que no se vean, porque yo le juro doctor que me voy a volver loca.
Le pido que me cuente desde cuándo se siente así, con tanto miedo a enfermar, y si lo relaciona con alguna preocupación de otro orden. Su vida parece estar muy bien si dejamos de lado el motivo que la trajo a la consulta.
No sé si tiene que ver con alguna otra cosa. Siempre le tuve miedo a las enfermedades. Pero nunca como a partir de 2010, cuando me palpé un bultito en el cuello y me entró terror de que fuera cáncer. ¡Lloraba todo el día, convencida! Y los médicos me decían que no había motivo para estudiarlo, es un ganglio, me decían, ¡un ganglio normal! Volví a consultar varias veces, muerta de miedo. ¿Cómo están seguros de que no es malo?, les preguntaba. Le juro que iba con las piernas temblando, no sé cómo llegaba, pero se me hacía imposible la angustia de no saber. Hice mucha terapia y por épocas se me iba un poco el miedo, pero sigo con esa idea, con el terror de tener cáncer, de que alguna vez va a ser verdad. Me da mucho miedo morir joven, dentro de poco. Cuando mis hijos me abrazan me angustio porque siento que me quedan pocos momentos así. Pobres mis hijos si me pasa algo. La semana pasada me fui a hacer una mamografía y se me salía el corazón, se me escapaban las lágrimas. Antes de ir dejé al más chico en el colegio y esas cuadras que caminé hasta el consultorio iba pensando «quiero ver crecer a mis hijos, no quiero que sufran». Miro fotos de ellos conmigo y me parecen una premonición de que no voy a estar más.
12 claves para calmar tu preocupación excesiva
1. Soltá el control. Te preocupás en exceso para controlar. Controlás para calmar tus temores. A mayor intento de control, mayor sensación de descontrol.
2. Date autocharla, hablate. Ya me conozco, mil veces me asusté por lo mismo y no pasó nada. Soy yo, es mi problema, no soporto la incertidumbre, por eso me aterroriza la espera de un resultado, aunque me sienta bien.
3. No confundas lo posible con lo probable. Puedo chocar en la ruta, es posible, pero soy prudente.
4. No des vuelta con los mismos argumentos todo el día. ¿Te das cuenta? Es un circuito que se repite, no es una preocupación productiva que aporte nuevos datos y los analice. Pedaleás en el barro, no avanzás.
5. No pienses en blanco o negro. Entre algo que sale bien y un desenlace catastrófico, existe un abanico de posibilidades. Si tu jefe te saludó mal no quiere decir, necesariamente, que te van a desvincular. Quizás tuvo un mal día, o estaba pensando en otra cosa, o tiene una observación que hacerte, o justo hace un rato lo desvincularon a él.
6. Utilizá un «yo auxiliar». Elegí a una persona a la cual respetes por su inteligencia y equilibrio. Imaginá qué sentiría en tu lugar. Digamos que se llama Manuel. Pensá: ¿Manuel estaría tan angustiado a la espera de análisis clínicos de rutina? Quizás estaría ansioso (o quizás no), pero no por eso estaría temiendo lo peor, sobre todo, si se siente bien y sin señales de enfermedad.
7. Revisá como te fue con tus miedos anteriores. Escribí tus preocupaciones en un papel, con letras grandes. Y escribí también si tus temores se cumplieron o no. Dejalo a mano y leelos cada tanto.
8. Grabá tus miedos. Me duele la cabeza, ¿será un tumor? ¿Será un ACV (accidente cerebro-vascular)? Tendría que ir al neurólogo para hacerme una resonancia. Escuchate diciendo eso, cuando ya se te haya pasado la cefalea, a ver qué te parece.
9. Dale a tus pensamientos el valor de hipótesis, no de certezas. No le des tanto crédito a tus temores. Preguntate qué nivel de probabilidad tienen. Quizás no ocurran. Quizás no sean para tanto.
10. Hacete amiga de la incertidumbre, es parte de la vida. Intentás controlarla pensando todo el día en lo mismo o imaginando lo peor, y lo único que lográs es pasarla mal.
11. Soltá la preocupación. El 95% de lo que intentás controlar no sólo es incontrolable, sino que además no requiere de tu control. La mayoría de las cosas se arreglan solas. Soltá aunque tengas la sensación de que te estás tirando de cabeza a una pileta sin agua. Soltá, soltá, soltá.
12. Acordate: lo que no está sucediendo no se puede arreglar, justamente porque no está ocurriendo. Si ocurre en tu cabeza (¿qué voy a hacer cuando se mueran mis padres? No lo voy a tolerar) no hay nada para hacer al respecto, lo cual genera mayor ansiedad. Confiá más en vos misma, de uno u otro modo te las vas a arreglar para afrontarlo.
Finalmente, si te estás sintiendo muy mal y sola no podés, la consulta con un buen profesional te puede abrir valiosos caminos para sentirte mejor.
Por Pablo E. Resnik, médico psiquiatra con quince años de experiencia en el campo de los trastornos de ansiedad y autor de Mi cabeza no para, qué es el trastorno de ansiedad generalizada (Ed. B)