Hace unos días participé en una actividad y me llamó la atención el poco interés o desinterés de muchos de los asistentes con la presencia allí del presidente de la República. En nuestro país, sin lugar a duda, la figura de un presidente en ejercicio suele atraer y cautivar a todos sin importar estatus o colores, ya que unos podrán sentirse llamados por algún tipo de favores o beneficios particulares y otros hasta por el ego personal de dejarse ver al lado o cercano de un mandatario.
Muchos opinamos que quizás fue un error por parte del presidente anunciar la misma noche de su triunfo que jamás se volvería a presentar a un proceso electoral. Aunque fuese una decisión tomada, quizás esa noche era el momento de celebrar y resaltar un triunfo, no de adelantar una despedida.
En la política criolla, ya es casi normal las deslealtades y la frialdad de quienes se quedan o pretenden permanecer en la política con quien se va, y más con quien está impedido de volver constitucionalmente.
El primero el vivirlo esa realidad en carne propio fue Joaquin Balaguer, pero era quizás el que mejor conocia su entorno y el que mejor preparado para vivir esa enseñanza estaba. Lo vivimos luego con Don Antonio Guzmán, que terminó con su vida en un hecho lamentable; algunos dicen que se sentía solo y traicionado por allegados. Luego con Salvador Jorge Blanco, perseguido por Balaguer y abandonado por muchos de sus partidarios y hasta funcionarios de confianza. Leonel Fernández en el 2000, cuando terminó su mandato y luego en los 8 años con un enorme descrédito y sometimientos de su entorno más cercano, acusados de corrupción y enriquecimiento ilícito, incluso llevado a la justicia por un procurador de su propio, en ese entonces, partido (PLD). Lo propio pasó cuando no había concluido Hipólito su periodo, con división del partido, traiciones internas y un asentado descrédito de su gestión que venía más de dentro que desde afuera. Y lo vivimos en la actualidad también con Danilo Medina, con parte de su entorno más íntimo preso enfrentando numerosos y sonados casos de corrupción por miles y miles de millones sustraídos del Estado, e incluso sus familiares más cercanos en la cárcel.
En varios artículos he dejado plasmado que tengo la convicción de que Luis Abinader es un presidente honesto y creo que la población mayoritariamente lo percibe igual. Pero esto no es garantía de que en un futuro puedan venir situaciones que puedan manchar su gestión o casos de colaboradores que se pasen de la raya y terminen empañándola.
Es, o debe ser, difícil para un presidente que luce sin un círculo propio que piense o dé señales de mantener su lealtad más allá de cuando concluya su periodo o cuando ya sus funcionarios no cuenten con un decreto, tal y como ha pasado con todos los que hasta la fecha han sido destituidos, los cuales ya no tienen ningún compromiso con quien una vez los nombró.
Recientemente hemos visto cómo influyentes funcionarios de primera línea reciben ataques despiadados de medios. Algunos opinan que los mismos provienen de otros funcionarios que desean ocupar esos puestos o ser removidos, argumento del cual en particular no puedo afirmar, pero que quizás se debería investigar.
Lo que sí he podido percibir es que cuando acontecen estos casos, esos funcionarios parecieran estar desprotegidos de quienes tienen por decreto la responsabilidad o obligatoriedad de manejar no solo el reparto de publicidad estatal, también de quienes deberían contar con un equipo de manejo de crisis institucional y también ocuparse de crear una relación más cercana con esos medios, y exigirles por lo menos objetividad, a quienes benefician y que muchas veces son drásticos con funcionarios con un notable y reconocido desempeño.
Este nubloso o hasta quizás oscuro ambiente y negro panorama que cubre nuestro entorno, llama a quienes gobiernan, dirigen o administran nuestras instituciones en cierto modo a estar más preocupados por su futuro que por el presente, y los hechos son los que me dan la razón.
Nadie se siente amigo, ni comprometido, ni siente ningún tipo de lealtad, ni por lo menos agradecimiento con el que se fue o con quien no estará en el poder. Y ya nuestros políticos deben haber aprendido muy bien la lección de muchos de los empresarios, dueños de medios y líderes de opinión, a olvidar pronto los favores recibidos y a guardar sus mejores sonrisas, mayores halagos y elogiosas expresiones solo para el que tiene reales posibilidades de venir, nunca ni para el que se fue, o para el que se va.
@RuddyDeLosSantos