¿Quiere que le explique este cuadro? Picasso se volvía loco cuando alguien le pedía una soga para bajar a los sótanos de su alma. Tenía razón: los artistas como él no tienen fondo. Decía: “Entenderán la explicación, pero no el cuadro”. Algo parecido sucede cuando intentamos reptar por el subsuelo del alma de Van Gogh para tratar de interpretar la que se cree que fue su última obra, “Cuervos sobre el trigal”, una pieza maestra con la que suele terminar la visita al museo del artista en Amsterdam. Nos indican allí que ese óleo es su verdadero testamento, la obra más dramática del pintor que, dentro de ese mismo campo de trigo que pintó, se habría pegado un tiro el 27 de julio de 1890.
“Psicólogos” del alma del genio holandés dirán que la naturaleza y el paisaje de ese cuadro están deformados y agitados. Que las pinceladas están llenas de presagios, como los cuervos negros que sobrevuelan el campo. Que el amarillo eléctrico del trigo contrasta con el marrón del terreno y el azul oscuro de la parte superior del lienzo, como si cada elemento estuviera luchando con los demás. Que el aspecto sombrío y dramático del cielo refleja el carácter atormentado, la tristeza y la profunda soledad que marcaron los últimos días del artista. Y que el camino sin salida de la obra es el final que se acerca… ¿Cómo se puede analizar la carnicería de emociones del artista en sus últimas pinceladas en medio de la gran tempestad que fue su vida?
Solo hay algo cierto: un 27 de julio como hoy, dos meses después de haber dejado el hospicio donde estuvo internado, Van Gogh camina hasta ese campo de trigo y un tiro le perfora el estómago. Se desmaya, vuelve en sí al anochecer y llega como puede a su casa. Le avisan a su hermano Theo, que está en París, a unos 30 kilómetros. Vincent muere dos días después, a los 37 años. Según su hermano, sus últimas palabras fueron: “La tristeza durará para siempre”. Lo entierran en el pequeño cementerio de Auver-sur-Oise.
Sobre el disparo, se dijo que intentó suicidarse. Otra versión sostiene que se le escapó a un muchacho que estaba con él. Su ataúd fue cubierto con girasoles.
Todo en Van Gogh es un enigma y a la vez una paradoja: su carrera duró apenas una década, pero creó más de 900 pinturas al óleo. Y mientras que en vida solo logró vender un cuadro, sus obras se subastan hoy a cifras astronómicas: “Rincón de jardín con mariposas” superó hace dos meses los 33 millones de dólares en Nueva York. Y hasta el revólver que lo mató se vendió en París por 182.000 dólares.
En una de sus cartas, escribió: “Estoy plenamente absorbido por estas llanuras inmensas de campos de trigo sobre un fondo de colinas, vastos como el mar, de un amarillo muy tierno, un verde muy pálido (…)todo bajo un cielo azul con tonos blancos, rosas y violetas. Me siento muy tranquilo, casi demasiado calmado, me siento capaz de pintar todo esto”.
Se sintió tan capaz que en sus últimos 70 días pintó 80 paisajes. Y terminó su vida dentro de uno de ellos, lleno de cuervos. Pero a pesar del trazo negro de esos pájaros, nos dejó una obra llena de color y belleza. De amarillo brillante, como sus girasoles.