Por qué cada una tiene sus pros y sus contras.
Existe certeza cuando un individuo no tiene ninguna duda respecto a la validez de una proposición o un conocimiento.
La misma resulta un pilar fundamental para el bienestar psicológico, ya que la mente necesita de este recurso para su seguridad interna respecto a los hechos, al entorno, a las relaciones y al futuro que le permita al individuo vivir sin temor constante al caos o a lo desconocido.
Esta seguridad facilita la toma de decisiones y organiza la realidad subjetiva de cada persona.
Muchos factores pueden influir para hacer perder la certeza. Así, en un mundo saturado de información contradictoria y opiniones polarizadas, intentar conocer la verdad puede generar incertidumbre, lo cual puede afectar en forma significativa la salud mental.
Certeza vs. incertidumbre
En la actualidad, las redes sociales y los medios digitales de comunicación ejercen una gran influencia ya sea para disponer de mejor información que ayude a tener certezas o ya sea para aumentar la confusión y la incertidumbre respecto a qué es certero y qué no lo es.
Intentar conocer la verdad puede generar incertidumbre y afectar la salud mental.
En personas sanas, la ansiedad aumenta por la incertidumbre, especialmente política, económica y social. Más si hay que estar constantemente informados para tomar decisiones rápidas y precisas.
Resulta peor todavía en aquellos que ya sufren de un desorden emocional previo -como es el trastorno de ansiedad generalizada (TAG) o el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC)- ya que ambos, y por sí mismos, tienen una relación sutil pero dolorosa con la certeza.
En el TAG la mente genera una cadena sin fin de “¿Y si…?”: “Y si me enfermo?; “¿Y si me hijo tiene un accidente?”. La preocupación genera un control ilusorio que inconscientemente sirve para prepararse o prevenir que un hecho no ocurra.
En el TOC la certeza juega un papel central: aquí el problema no es encontrar la certeza absoluta sino la vívida convicción de la imposibilidad de alcanzarla. Ejemplos clásicos son “¿Cerré bien la puerta?”, “¿Me lavé las manos lo suficiente?”, “¿Y si hago daño a alguien sin quererlo?”.
Existe una marcada intolerancia a la incertidumbre, por la cual no se soporta el no saber con plena seguridad algo que gira en la mente, sin tolerar la duda. De ahí surgen las compulsiones, por ejemplo, a lavarse las manos muchas veces para calmar la duda de que uno esté contaminado.
La incertidumbre -en dosis adecuadas- aunque incómoda permite el cambio y la creatividad.
En casos más severos, como quien padece una psicosis (esquizofrenia, por ejemplo), la realidad exterior está completamente alterada por los delirios -creencias falsas, persistentes e irreductibles- que resultan en efecto la única certeza válida.
Un ejemplo son los delirios persecutorios en los que la persona se siente observada, perseguida o amenazada por fuerzas externas, organizaciones o seres sobrenaturales.
Esta certeza patológica contribuye al aislamiento social y al deterioro de las relaciones interpersonales y laborales, generando mayor desconexión en el paciente.
Como se señaló al comienzo, se busca tener certeza para vivir mejor, pero su exceso se convierte en rigidez y se transforma en una cárcel que impide explorar nuevas alternativas.
Por el contrario, la incertidumbre -en dosis adecuadas- aunque incómoda permite el cambio, la creatividad, la innovación.
Simone de Beauvoir decía “Aceptar la incertidumbre no es rendirse, es elegir vivir con los ojos abiertos.”