Poco más de tres meses antes del golpe militar del 24 de marzo de 1976, la presidenta Isabel Perón se encontraba refugiada en el subsuelo de la Casa Rosada. Con ella, estaban el sindicalista Lorenzo Miguel, el gobernador riojano Carlos Menem, el ministro de Economía Antonio Cafiero y otros funcionarios de su gabinete. Ese sábado 20 de diciembre al mediodía podían oír el vuelo rasante de los aviones de guerra Mentor de la Fuerza Aérea. En todos ellos sobrevolaba el fantasma del bombardeo a Plaza de Mayo de 1955, y la posibilidad que en ese mismo momento se estuviera llevando a cabo el derrocamiento del gobierno peronista.
Desde el jueves 18, un grupo de oficiales de la Fuerza Aérea mantenía tomada la Séptima Brigada Aérea de Morón y el aeroparque metropolitano “Jorge Newbery”. Los vuelos de línea estaban cancelados.
La insurrección se había iniciado por la mañana de ese día, con el secuestro de la máxima autoridad de la fuerza, brigadier Héctor Fautario, y un grupo de colaboradores, cuando se disponían a viajar a Córdoba.
Hacia el mediodía se conoció el bando rebelde, emitido por Radio Rivadavia para todo el país. Tenía como título: “Queremos verle el rostro a la Patria”. Reclamaban la ruptura del orden constitucional, la toma del poder de las tres armas, la “instauración de un nuevo orden de refundación con sentido nacional y cristiano” y la cesantía de su secuestrado, el brigadier Fautario, por “ambigüedad política y la indecencia administrativa”.
En la base de Morón, los rebeldes, liderados por el brigadier Jesús Orlando Capellini, recibieron la visita del general Albano Harguindeguy, del general (RE) Onganía –militar golpista de 1966-, y el vicario castrense monseñor Adolfo Tórtolo celebró una misa en la brigada rebelde para pacificar los espíritus.
El Ejército y la Marina no se plegaron al golpe de Estado, pero tampoco impugnaron la rebelión.
El jefe del Ejército, general Jorge Videla, que el 18 de diciembre estaba en Venezuela, envió un radiograma críptico en el que reclamó a las «instituciones responsables que actúen rápidamente en función de las soluciones profundas y patrióticas que la situación exige». El jefe de la Marina, contralmirante Eduardo Massera, suscribió la misma posición. Videla retornó de urgencia.
Un día antes, el 17 de diciembre, Isabel Perón había decidido adelantar las elecciones presidenciales. Se votaría el 17 de octubre de 1976. Para buena parte del pensamiento castrense la convocatoria electoral no resolvía el problema. Al contrario: podía constituir una «oportunidad política para la subversión».
En el cierre de los cursos en la Escuela de Defensa Nacional, el general José Goyret advirtió que “lo que hoy pretenden imponernos mediante el crimen, un régimen ateo, materialista y despótico, mañana quizá lo intenten mediante el sufragio”.
Lo que los rebeldes aeronáuticos exigían por la fuerza, los comandantes de las Fuerzas Armadas se lo formulaban al poder político y sindical en reuniones y tertulias.
En busca de garantías de supervivencia, el gobierno de Isabel intentaba darles todo a cambio, en tanto no rompieran el orden institucional: promesas de «austeridad administrativa», «control de la inflación», «compromiso popular en apoyo a la Fuerzas Armadas en su lucha contra la ‘subversión’. Pero los militares también reclamaban la renuncia de Isabel.
Esta última petición había generado tensión en filas peronistas. Pero la posibilidad se agigantó con el pedido de licencia de la Presidenta, el 13 de septiembre de 1975, cuando viajó a Ascochinga, Córdoba, a descansar, en compañía de las tres esposas de los altos mandos castenses: Raquel Hartridge de Videla, Delia Veyra de Massera y Lía González de Fautario.
El senador Ítalo Luder asumió en forma provisional la Presidencia, y se mantuvo la expectativa, que él mismo no desdeñaba, sobre su continuidad en el ejercicio institucional. Para ello, Luder debía reunir el consenso de la propia Presidenta y del verticalismo justicialista, que unía a políticos y sindicalistas, aferrados a Isabel. El consenso de las Fuerzas Armadas ya lo tenía.
Sin embargo, aún con la alternativa de Luder en el poder, el pronóstico de Estados Unidos era que el golpe de Estado era inevitable.
“Hay un vacío de poder y no es ella (Isabel) quien lo llena. Puede sucederla un nuevo gobierno encabezado por Luder o alguien como él, pero la señora de Perón no es más el centro de la ecuación. El país está pronto a colapsar como para ser salvado por un gobierno débil o un parche, aunque este sea constitucional. Es inevitable que las Fuerzas Armadas tomen el poder, ya sea directa o indirectamente porque son el único sector fuerte (el otro sería el laboral [sindical], pero está fragmentado y con pobre dirección). Los militares que probablemente tomarían el poder son conservadores moderados y razonablemente inclinados a Estados Unidos [cables desclasificados Refs a) BA-5781 y b) BA-5960, fechados 10 de septiembre de 1975].
La línea golpista que usurparía el poder había comenzado a gestarse hacía menos de dos semanas, con la designación de Videla como comandante en jefe del Estado Mayor Conjunto en reemplazo del general Numa Laplane. Fue el 28 de agosto. Videla estaba en disponibilidad, a punto de pasar a retiro. El otro candidato era el general Alberto Cáceres, comandante del I Cuerpo. Se generó una puja político-castrense por la sucesión. Isabel, aconsejada por distintos dirigentes peronistas, eligió a Videla, al que suponían adherente de una “línea profesional”, prescindente de la política.
Cuando el 5 de octubre, Montoneros intentó tomar el Regimiento de Infantería de Monte 29, en Formosa, la presión de los comandantes militares por la extensión de decretos de «aniquilación del accionar subversivo» a todo el territorio argentino (ya se había firmado para Tucumán en febrero), fue insostenible para Luder y el gabinete de ministros.
Ese día Videla anticipó: “La subversión es un tumor maligno que debe ser extirpado con los métodos e instrumentos que fueran necesarios”.
El decreto se firmó.
Diez días después Isabel reasumió la Presidencia.
Montoneros estimó que la posibilidad de un golpe de Estado «agudizaría las contradicciones» y abriría el camino a un enfrentamiento directo entre las masas peronistas y las Fuerzas Armadas, como había sucedido en 1972, en tiempos de Lanusse.
Pero el más renuente para el golpe de Estado, desde la órbita castrense, era el brigadier Fautario.
Cuando los comandantes Videla y Massera lo invitaron, en dos oportunidades, el 13 y el 17 de octubre, a romper el orden constitucional, se negó. “No estamos preparados para gobernar, no insistan con eso”, dijo.
Fautario se convirtió en un obstáculo para la línea golpista.
En esos días, el clima de militarización avanzaba sobre la sociedad. El Ejército supervisaba materiales de lectura, en busca de “delitos ideológicos”. En una oportunidad, monseñor Jaime de Nevares, obispo de Neuquén, se quejó por las detenciones momentáneas de un sacerdote, cuatro maestras y un celador de una escuela católica en Junín de los Andes, en un procedimiento militar. La respuesta del general Juan Buasso contra el obispo fue inmediata. Expresó que no admitirá “agravios al Ejército ni vituperios y calumnias a sus miembros. El Ejército no viola ni maltrata”.
Por la tarde del 18 de diciembre, casi diez horas después de su secuestro, el brigadier Fautario fue liberado por los sublevados en Quilmes junto a sus colaboradores. Por la noche, Isabel Perón lo reemplazó por el brigadier Héctor Agosti. Y pese a que la sublevación aérea del brigadier Capellini mantuvo por unos días la toma del Aeroparque y la Brigada de Morón, ya no habría más obstáculos en la comandancia castrense para la planificación del golpe de Estado.
Fautario intentó anoticiar a Isabel Perón ese mismo día sobre el plan golpista. Se acercó en persona hasta la residencia de Olivos, pero la Presidenta le negó la audiencia.
Fautario le dejó el mensaje por medio del edecán de la Aeronáutica: “Cuídese, señora, porque a usted la van a echar en marzo”. El golpe militar se efectuó el día 24 de ese mes.
* “Periodista e historiador (UBA). Su último libro es “La Guerra Invisible. El último secreto de Malvinas” (Editorial Sudamericana).
** Bibliografía consultada: “López Rega, el peronismo y la Triple A”, del autor de este artículo; “Operación Primicia. El ataque de Montoneros que provocó el golpe de 1976”, de Ceferino Reato, y “Los doblados. Las infiltraciones del Batallón 601 en la guerrilla argentina”, de Ricardo Ragendorfer. También se recabó información de los diarios “La Opinión” y “Clarín” de diciembre de 1975.